viernes, junio 06, 2008


Vicente decide que si el semáforo está verde se lo dirá hoy. Se asoma a la ventana. Está verde. Intermitente pero verde. Le va a pedir salir a Adela. En la última carta le decía que tenía muchas ganas de verle. Él no le ha contado que le han comprado una vespa, para que se lleve la sorpresa y para impresionarla. También se le ha desarrollado la nuez, no sirve para mucho pero le hace parecer interesante.

Llega al portal de Adela a las 20:02. Capicúa. Está claro que el destino está de su parte. Mientras espera a que baje juega a dar a una lata con una piedrita. Se dice que si le da con la siguiente, Adela le va a decir que sí. Falla. Entonces es a dos de tres. Lo consigue. Adela caerá en sus brazos.

Se apoya en la moto de la forma que le parece más atractiva o indicada según los cánones de publicidad de perfume masculino. Es difícil hacer compatible esta postura con la exhibición de su nuez. En estas anda Vicente cuando sale Adela del portal. Joder, cómo se ha puesto. Está tremenda. El pelo, la piel, las piernas, las tetas. Dios, que tetas. Se lanzan a abrazarle.

-Qué ganas de verte. ¿Y esta moto? No veas si mola, ¿no?

Vicente tiene un nudo en la nuez.

-Eh, qué pasa, tía. – le dice

Adela se monta en la moto. Si se agarra a la cintura es que quiere salir con él. Y Adela se abraza, vaya que si se abraza. Vicente siente en la espalda sus tetas achuchadas.

Paran cerca del puerto. Un paseo, al atardecer, junto al mar…Es el marco más apropiado. Es romántico. Es un buen sitio para declararse y no olvidarlo jamás. Adela le contaría a sus hijos en la cena de su aniversario de bodas: vuestro padre se me declaró en el puerto de Santander, dónde iba de vacaciones. Y alguna mujer de la mesa de al lado les miraría con envidia.

La marea está baja. En el tema de las mareas nunca se sabe qué es lo bueno. Qué esté alta o baja.

-Qué chulo, ¿eh?- Adela señala un yate a lo lejos. Vicente está pendiente de la frenética actividad bajo los grandes trípodes de carga y descarga.

-Mola- contesta.

Las grúas suben y bajan en una coreografía perfecta. Los estibadores van y vienen con una peculiar cadencia, solo falta que se pongan a cantar, como en un musical. Dos gaviotas se posan sobre un montón de bidones. Todo es una gran señal. El amor esta ahí. En ese momento.

Entonces, un gran estruendo, como de 1000 cadenas cayendo desde 1000 metros de altura, suena a la par que Vicente dice:

- Te quiero, Adela.

Han comenzado a descargar la chatarra. Adela achina los ojos para que se le abran los oídos.

- ¿Qué?

- Que te quiero.

El sonido de 100 conciertos de música heavy suena a la par que sus palabras y les envuelve como el olor a salitre del mar.

Adela tira de él para que se aparten del ruido. Cuando llegan a la moto, Adela le mira con una gran sonrisa:

- Déjame en el centro, anda, que he quedado.

- Con quién.

- Con Salva, el catalán, estamos enrollados, bueno, saliendo.

- No me habías contado nada.

- Tampoco ha surgido el momento. ¿Qué te parece?

- Guay.

La matrícula de la moto es la fecha de cumpleaños de Adela, 28 02. En la nuez de Vicente bailan kilos de chatarra incandescente. Y le bajan hasta el estómago sin hacer ruido.

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