jueves, octubre 16, 2008

Procuro olvidarte

Sara entra por una de esas puertas giratorias como las de los hoteles. Supone que quieren que sea así, que parezca que es un hotel, pero la recepción no engaña, está teñida de ese vaho gris y espeso que se condensa en las salas de espera de todos los hospitales.
En las sillas de plástico, en hileras, oscuras, se sienta la misma gente que podría haber estado en cualquier hospital. Caras vulgares y contraídas, caras preocupadas o con una estúpida sonrisa de esperanza. Una señora mayor, de pueblo, abraza a su joven hija. Sara se la imagina empezando la carrera de filosofía en la gran ciudad. O quizá es filología inglesa. Tiene pinta de hippy moderna, con sus pendientes de concha, el piercing de la nariz, el bolso de comercio justo y unas Nike carísimas, como toda esa gente que pretende vivir en ciudad y hacer con que son auténticos. Como Raquel. Se pregunta quién de las dos será la paciente. A cualquiera puede tocarle, no hay inmunes, nadie está a salvo, no hay vacunas. Dicen que hay personas más propensas, también que hay un componente genético, que es más fácil caer cuando eres joven; unos aseguran que nadie puede librarse y otros están convencidos de que cada uno se busca lo que tiene, qué más da, el amor es una enfermedad y una vez estás enamorado es imposible seguir adelante indemne. Amar es uno de los grandes males de nuestro tiempo y Sara, una más de sus víctimas. Ha perdido el tiempo, la fuerza y el aliento por una mujer que no vale ni la saliva gastada en decir su nombre. Raquel. Raquel. Raquel. ¿Por qué? ¿Por qué tuvo que aparecer? ¿Por qué tuvo que hacerla sentir viva? ¿Por qué ahora tiene que olvidarla? ¿Por qué no puede ser todo como antes? Sara titubea ante el mostrador de admisiones. La enfermera registra datos en el ordenador sin darse cuenta de su presencia. Sara carraspea. La enfermera hace caso omiso. Quizá es una señal. Quizá no debe estar ahí, puede irse, llamarla, intentarlo de nuevo. Un movimiento y todo habrá pasado como una simple pesadilla. La enfermera se anticipa a sus pasos.
- Dígame.
Sara no tiene fuerzas para decir nada.
- ¿Ingreso voluntario?
Ni para moverse.
- Relájese. Lo más difícil es llegar hasta aquí.
Ni para llevar la contraria a nadie.

En la consulta, vestida con un ridículo camisón rosa, Sara le pregunta a la doctora:
- ¿Para qué todas estas pruebas? Lo de tener el corazón roto es un decir, no sale en las radiografías.
La doctora no parece tener sentido del humor, le contesta como si le contara a un niño las conexión entre el mundo de las flores y las abejas.
- Existen ciertos líquidos en el cerebro que regulan su sensación de placer, de satisfacción, de bienestar, de apetito, de sueño…En las primeras fases del enamoramiento estos líquidos se descompensan y dan lugar a un efecto psicosomático llamado “vivir en una nube”. Sin embargo, con el paso del tiempo, su cerebro ya no puede segregar de forma natural esos líquidos y para recuperar el equilibrio necesita de estímulos externos que nada tienen que ver con el afecto, si no con la dependencia física y psicológica de determinadas sensaciones.
- Líquidos. El amor es líquido.
- No cabe duda de que existen secuelas físicas causadas por ese golpe brutal que es el amor.
- El golpe es el desamor, cuando amas y te aman nada malo puede pasarte.
La doctora sonríe. ¡Ha escuchado tantas frases como esa! Pero le gusta su trabajo y no puede evitar hablar con una pasión inconveniente:
- El amor mata, Srta. Duarte. Está demostrado. Activa y pasivamente. Por exceso y por defecto. No existe el amor en su justa medida. Quién cae, pierde el control y se convierte en un vampiro, en un egoísta, en un ser siempre hambriento de cariño, muerto en vida - Coge aire, se calma- ¿Consume o ha consumido drogas últimamente?
- Valeriana. Solo valeriana algún día. –Miente Sara.
- Mucha gente cae en otras drogas para “recuperar el equilibrio”- la doctora hace ese ridículo gesto de poner comillas, como si fuera una broma cómplice.
- Sí. También bebo, me emborracho, bebo algunos días, me emborracho mucho.
- Puedo asegurarle que es posible desengancharse, que volverá a dormir tranquila, a querer hacer cosas, a valorar a su familia y amigos.
Sara mira el rostro sereno de la doctora. Ahora le gustaría ser como ella. Le gustaría besarla.
- Llámame de tú, por favor, soy muy joven.
- Es mejor que no.- Y le entrega los papeles para que los firme.
Sara acepta el tratamiento y exonera al centro de cualquier responsabilidad ante las medidas que se tomen dentro del mismo. Comienza una tanda de preguntas y respuestas, siente como si estuvieran en una peli de gánsters y ella fuera el chivato de turno. Han estado juntas cuatro años, lo han dejado hace seis meses pero se han acostado alguna vez, ¿cuántas?, dos, ¿segura?, tres y media. Tenían un gato, sospecha que ahora está con otra…No es ese el problema. No está ahí fuera. Está dentro. Como un quiste que hay que extirpar. Conoce a su madre, han viajado a Almería, amigos en común.
- A partir de ahora deberá evitar el contacto con la familia o amigos del sujeto.
- Se llama Raquel.
- Deberá dejar en depósito el teléfono móvil, cambie el número cuando termine el tratamiento y déselo solo a sus familiares y amigos más próximos. No llevará objetos personales, ropa u otros artículos relacionados con el sujeto.
- Los objetos son inofensivos, son las personas las que hacen daño- dice Sara porque empieza a ver la boca del lobo. Porque se siente atrapada. Quieren quitarle todo, hasta sus recuerdos. Pero no podrán. En algunos rincones de su mente hay todavía paraísos vírgenes y así permanecerán: solo habitados por Raquel y ella.
- No podrá recibir visitas ni realizar llamadas sin supervisión. Si lo desea ponemos a su disposición una sala de recreo sexual para las secuelas de esta índole.
Índole. Recreo sexual. Esta gente no tiene ni puta idea de lo que es el amor.

Por la noche Sara llora. Como todas las noches. Saca una goma de pelo adornada con una muñeca de plástico de Hello Kitty y la huele. Tiene algunos cabellos enredados. Es de Raquel. Siempre anda jugando con la goma y el pelo. Lo recoge, lo alza, lo suelta. Raquel. Raquel. Raquel. “Por qué no estás aquí. Por qué no vienes y nos reímos de esta gente. De los cuadros que adornan la habitación” “El único amor de verdad es el que empieza por ti mismo”, “hay muertos de amor pero nadie vive eternamente enamorado”. Al principio se reían de todo y de todos. Sara evoca la imagen de Raquel, su cara, su pelo, sus gestos. Nadie le ha prohibido todavía que piense. Que sueñe. En su cabeza puede hacer que todo esté bien. Durante unos segundos puede engañar a su memoria. Ve su pelo negro, largo y ondulado. Ese pelo que cae a borbotones sobre los hombros y la espalda. Raquel tiene unas manos grandes, ágiles, nerviosas. La boca es perfecta. Bebe tragos largos y decididos. Deja el café un instante en la lengua antes de tragarlo. Entra en la garganta y apenas el líquido ha agotado su momento le da una calada al cigarro. Fuma lentamente, retiene el humo, respira, lo expulsa. Antes de hablar también mantiene un segundo la palabra en la boca; sabe que en el silencio de cada frase le queda algo guardado en los ojos. Y luego te mira y entreabre los labios. Coloca los brazos con parsimonia por encima de la nuca y, hacia atrás, se caza el pelo con ambas manos. Lo alza con eficiencia y lo hace un nudo con su goma, o a veces con un lápiz. Posa un segundo en esa postura. La mandíbula marcada con un gesto. La cabeza hacia delante, el cuello, los trazos tensos del hombro, la columna, la curva de la cintura. Entonces baja los brazos, con la cadencia de las pestañas. Te mira, entreabre los labios. Se queda tranquila. Coge el vaso, o el tabaco. En poco tiempo deshará cada movimiento para agitar otra vez la melena y jugar con ella, mesándola con sus manos grandes a los lados del cuello o sobre el pecho.
Así, Sara se queda dormida.

El tratamiento se llevará a cabo mediante sesiones individuales y terapia de grupo. El doctor Frítzse, dice en su libro “Mis tres divorcios. Amar es recordar, patología del enamoramiento y la obsesión cognitiva” que lo primero que hay que hacer es detectar el nivel de implicación mediante un sistema de asociaciones simples. Como un tumor, el amor se extiende afectando a todas las células de nuestra vida afectiva-afirma Fritzse- detectar, frenar y eliminar las zonas contagiadas es la primera parte. El test de Fritzse plantea temas visuales y cognitivos y trata de relacionarlos con vivencias personales. Cuanta mayor participación del sujeto involutivo (esto es, del que uno cree estar enamorado) en las respuestas del paciente (esto es, el que espera y espera) mayor es la implicación y por lo tanto el daño. Para lograr la curación hay que lograr crear nuevas asociaciones que sustituyan a los recuerdos perjudicados.
Sara no sabe nada de esta teoría, simplemente contesta: “¿La torre Eiffel? no tiene nada de romántico, es solo una antena”, como decía Raquel. “¿El mar?”, su idea del mar es en Almería, donde iban de vacaciones. El ordenador le recuerda a su puesto de trabajo, su puesto de trabajo, al teléfono que tiene al lado, el teléfono que tiene al lado, a las llamadas clandestinas, las llamadas clandestinas a Raquel. Un punto negro en una hoja en blanco es un lunar que Raquel tiene en el hombro.
La doctora examina los resultados. El test de Fritzse le da un 7,3. Es alto, pero hay casos peores. Gente que sólo vive de, por y para su amor. Enfermos. Dependientes. Yonquis. La doctora es una ex enamorada. Cayó muy joven y no la atendieron a tiempo. Fue un infierno de casi diez años. Al final él la dejó por una funcionaria de prisiones y se fue a vivir a Badajoz. Sabe que no es feliz y que ha tratado de buscarla alguna vez pero la doctora no está dispuesta a pasar de nuevo por eso. Está bien así, le alegra poder ayudar a la gente, aunque quizá también sienta algo de desprecio.
- ¿Eras feliz con ella?
- Unas veces más, otras menos. Como todo el mundo.
Cómo pueden estar tan ciegos, cómo pueden tirar su vida por la borda, están huecos, solos, buscan en otros lo que deben encontrar en ellos mismos, por eso están tan insatisfechos.
- ¿Por qué quieres dejarlo precisamente ahora?
- Porque creo que está con otra.
Ha visto casos de enamorados terminales consumiéndose de celos, de ansiedad, de deseo, de aburrimiento…
- ¿Solo por eso?
- No...en realidad, no estábamos bien. A veces sí. Pero casi siempre no.
Gente válida y honesta que se abraza al amor para no afrontar su vida, que no sabe lo que es la diversión sana y espontánea.
- Así que eras infeliz.
- Piense usted lo que le de la gana.
El amor es un invento del hombre, de la literatura, de la música…quién sabe, pero no es natural; las aves y los monos no se enamoran; follan, aúllan, comen, cazan, emigran, se quitan los piojos unos a otros, no sufren.

En el centro hay un pequeño parque con bancos y una zona para hacer deporte. Sara se sienta y mira al cielo, está tan azul que parece de mentira, los árboles reflejan sombras caprichosas contra el suelo, una suave brisa mueve sus hojas, todo es nítido e irreal. Se concentra en el sol que salpica sus brazos desnudos, siente el calor y la luz en la piel... a los cuarenta y nueve segundos Sara se levanta y se va. En la biblioteca ve a otros internos e internas. Algunos leen en cómodos sillones, otros consultan en el ordenador con unos cascos puestos, en una mesa un hombre mayor toma notas compulsivamente de varios libros gordos y antiguos. Al fondo hay otra sala con un televisor y una cafetería con juegos de mesa. La decoración es neutra pero no triste, la gente está tranquila y es amable. A simple vista son normales, como ella, pero si una se fija nota que les falta algo, les han quitado el alma, les han lavado el cerebro: una persona que no ama es como un robot, como una puta máquina para incubar huevos. El amor duele, claro que duele. Pero sin dolor no hay sentimiento. Es como la piel, si te haces una herida, duele más, y luego la cicatriz es una zona yerta, sorda, vacía. Eso es lo que quieren hacer aquí: cicatrices. Amputaciones. Gente hueca, eso parecen, sí, como en la peli de “La invasión de los ultracuerpos”. Raquel se moría de miedo con esa peli. Entre los libros no hay casi novelas, ni siquiera novela negra, solo ve Mobydick y algo de Julio Verne. En cambio, la sección de bricolaje y jardinería es sorprendente. Sara sonríe con ironía: “O sea que para realizarse en la vida la gente se dedica a fabricar y colorear especieros”. El mundo sin pasión no avanzaría. Los especieros no ganan guerras ni esperan recompensas, no curan heridas ni gritan de placer, no levantan puentes o murallas…el amor es lo que mueve el mundo y merece la pena luchar por que el mundo siga.
Quizá Raquel la esté echando de menos. Raquel, Raquel, Raquel. “Puedo llamarla solo para ver si la ha llamado. Si no ha llamado es que le importo un pepino, pero si ha llamado es porque todavía siente algo. Eso está claro. Puede ser amistad. Sí. Pero también puede que se haya dado cuenta de que se ha equivocado”. Sara piensa que solo necesita llamarla y oír su reacción. A lo mejor no ha luchado lo suficiente o pero aún, insistió demasiado. Hay que darle tiempo al tiempo. Relajarse. Si han sido felices, porqué no van a serlo de nuevo. En realidad se llevan bien, se echan de menos, tienen cosas en común. Sara puede llamar y hablar de cualquier cosa trivial, divertida. En plan normal. Luego, poco a poco, sin presiones, Raquel se dará cuenta de que la necesita. Eso ya lo hizo, pero ahora Sara no lo recuerda y está ya con el teléfono en la mano, nadie la ve, vaya centro de mierda, qué fácil es burlar la seguridad. Marca. Espera.
- ¿Sí?
Es ella. Es Raquel. Esperando.
- ¿Sí? ¿Quién es?
Hay ansiedad en su voz.
- ¿Sara? ¿Eres tú?
Cómo lo sabe. Lo estaba esperando. Lo estaba deseando.
- Quedamos en que no íbamos a hablar por un tiempo- dice Raquel.
- Han pasado ya más de tres días.
- Dos.
Sara escucha al otro lado:
- Cuelga, cariño, cuelga ya, no hagas caso.
- ¡Déjala en paz! - grita.
Entonces alguien le agarra bruscamente el teléfono desde detrás y lo cuelga.
- Un segundo, por favor, un segundo – Sara suplica al celador–por favor, por favor, un segundo solamente, qué más les da, luego haré todo lo que me pidan- al teléfono- ¡Eres una cerda mentirosa!

Mientras los encargados de mantenimiento registran la habitación de Sara y esterilizan su goma de Hello Kitty hasta conseguir que sea como la de cualquier otra mujer que no se llame Raquel, la doctora espera pacientemente en su despacho a que Sara diga algo.
- ¿Y bien? – le pregunta cuando se le acaba la paciencia.
- Es una puta mentirosa.
- ¿Qué quieres decir con puta mentirosa?
- Las dos son putas y ella es puta y mentirosa.
- Explícame porqué.
- Es muy fácil: cuando una puta está con otra puta y miente como una puta, se convierte en puta mentirosa.
- El odio es un paso necesario, Sara, pero la palabras malsonantes no hacen bien a nadie.
“Métete tus sermones por donde te quepan, puta frígida de mierda”, piensa Sara pero no dice nada porque sabe que ahora más que nunca necesita seguir el tratamiento.

- Podía estar durante horas mirándola embelesado. Mientras dormía, cuando cocinaba, peinándose. Nunca habréis visto en persona a una mujer más guapa. Y ella me quería. No sé por qué, pero me quería. Se acostaba conmigo, sonreía, salíamos a cenar y a bailar y ella estaba conmigo y me daba la mano y me miraba a los ojos y me besaba. Esos labios perfectos, esos ojos brillantes, esas manos suaves…
- Muy romántico, Andrés, pero creo que tus compañeros ya saben lo guapa que es Mercedes. No estamos en concurso de belleza.
Andrés asiente como si la doctora fuera su patrón. Es un tipo grande, rudo, como te imaginarías a un marinero o a un estibador, pero parece un pobre hombre. Un buen hombre apaleado. Le brillan los ojos como a los bebés y a los borrachos. Se retuerce las manos.
- Bueno, el caso es que yo me empecé a obsesionar- algunos ya lo sabéis- con que me la iban a quitar, con que se iba a cansar de mí, con que si estaba conmigo por el interés…La tuve encerrada 38 días. Sin ver la luz. Al principio me quería entender, perdonar, ayudar… Luego dejó de mirarme. Yo no quiero ser ese monstruo. A la gente a la que se quiere no se le hace daño. Eso no puede ser bueno.
Andrés menea la cabeza confundido y mira a Sara suplicante, como para que ella le aclare el dilema.
- Si no te hubiera dado ese perrenque ella a lo mejor seguiría contigo y seriáis tan felices.
- ¿Estáis de acuerdo con Sara?
Toma la palabra otro hombre, Ricardo. Este podría ser contable o conductor de trenes. Fue pelirrojo pero ahora está calvo, de gran nariz y pequeñas gafas. Tiene las manos pequeñas y blandas. Las puntas de sus dedos parecen barbillas huidizas.
- Cuando me enteré de que Anabel me engañaba no le dije nada pero también me volví loco. A veces iba a la habitación, porque sabía que lo hacían en mi cama, y escupía las sábanas o me masturbaba allí. Con eso sentía que yo estaba presente y que de alguna manera les estaba contaminando, que me metía en lo que ellos hacían. O que podía envenenarles. No sé.
- ¿Sara? ¿Tú qué crees?
Uno, aquello no tenía nada que ver con el tema que estaban hablando. Dos, aquel tipo estaba loco de atar.
- Sara nos toma por idiotas a todos nosotros- Hablaba Elena, una joven enamorada de un hombre casado – Le damos pena o asco o las dos cosas; sigue pensando que ella y su Raquel son especiales.
Eso pensaba Sara. Eso pensaban muchos otros enamorados que se habían sentado allí. Que eran diferentes. Todos lo piensan. Yo no soy así, piensan. Yo no haría nada parecido, dicen. Lo mío no es tan grave. A mi no me hace daño. En mi caso fue diferente. “Especial”. Les encanta sentirse especiales. Los ositos, los corazones, las baladas, las poesías cursis, los ramos de rosas, los regalos sorpresa pueden enternecerles o parecerles ridículos. Da igual, porque se creen especiales. Con ositos o sin ellos se convencen de que su amor es algo único.
- Era especial, ya sé que cada uno cree que lo suyo es especial, pero yo solo puedo hablar por lo que he vivido.
Elena la mira con desprecio a Sara:
- Una vez les seguí a él y a su mujer hasta el cine, llovía a cántaros y me calé los pies. Estuve toda la película allí, con los pies mojados, la ropa chorreando, mirándoles en la oscuridad. Me cogí un catarro de aúpa y creí que era romántico. Que todo eso lo hacía por amor. Que él, de alguna forma, lo valoraría. ¿Alguna vez has hecho algo así, doña especial?
- He hecho cosas mucho mejores. He pasado noches sin dormir, he buscado un …
- Mi relación con Fernando se acabó por un punto negro en la nariz- dice Maite de pronto.
Maite es una escritora de cuentos infantiles. Lo dejó ella pero no ha sido capaz de rehacer su vida. Todos se ríen.
- Eso sí que es romántico, Maite – le dice Elena.
La doctora termina por enfadarse.
- ¿Todavía creéis en las acciones nobles, heroicas, románticas? ¿No veis lo absurdo que es todo? La saliva de Ricardo, el chaparrón de Elena, los puntos negros…Todo es la misma mierda.
Sara y el resto del grupo bajan la cabeza, avergonzados. Maite decide seguir con su historia. Era su primer aniversario y estaban de vacaciones en Lanzarote. Contemplaban una puesta de sol, abrazados. Fernando llevaba un buen rato sin hablar. Maite le atrajo hacia sí y le miró a los ojos. A Maite le gustaba mirarle a los ojos porque sentía que se zambullía en ellos con la libertad de un pez y nadaba a sus anchas. Según la doctora las metáforas también gustan mucho a los enamorados. Al fin y al cabo son mentiras.
- Le pregunté que si estaba bien y me contestó que sí, contestó que sí con normalidad. Normalidad. No se me había pasado esa palabra por la cabeza durante un año. Nada había cambiado y sin embargo todo era diferente. Fernando pestañeó y fue como si pasara la página de un libro. O al revés, empezó a leer algo distinto en mi rostro, parecía que lo escudriñaba. Y se abrió un capítulo nuevo: los puntos negros. Un punto negro es un poro lleno de mierda. Está debajo de la piel hasta que aprietas un poquito y “plaf”, el pus. La mierda. Como la vida misma. “Tienes la nariz llena de puntos negros”, me dijo. Yo me reí. Por hacer algo. “Totalmente llena”, insistió. Así que le conté una mentira sobre una esteticista inepta. “Es que de vez en cuando hay que hacerse una limpieza”, él seguía erre que erre. Esa misma noche lavé mi vergüenza con vapor caliente y manzanilla. Al día siguiente a Fernando se le cayó un pimiento del piquillo al suelo mientras cocinaba y volvió a echarlo a la sartén. Yo sonreí triunfal pero él me miró y pareció decirme: “no es lo mismo que tener un campo de estiércol en la cara”. Y muchas cosas más. Creo que sabéis de lo que hablo. Habíamos llegado al punto negro. Como los de las carreteras. Un punto negro donde los coches se estrellan, donde tantos otros.
Todos miran a otro lado, como recordando algo.
- El día que me dejó...- a Sara le cuesta hablar pero se recompone y sonríe- yo lo llamo el momento culo de vaso, prefiero llamarlo así, a decir “el día que me dejó”.
- Te entiendo – dice Ricardo.
- Estamos en un bar. Me queda el último trago, dos como mucho, doy un trago corto, para que no se acabe tan pronto. Estamos Raquel y yo. Con el borde del vaso contra el puente de mi nariz miro a través de la base, sin dejar que el líquido me entre en la boca, y mantengo la visión borrosa de su cara enfrente de mí. Por eso es el “momento culo de vaso”, porque yo miraba a través del culo de vaso. No me apetece dejar el vaso y mirarla sin él; es un pensamiento estúpido pero creo que mientras esté bebiendo no podrá irse, nadie se va dejando a alguien a mitad de un trago. Sé que cuando me termine esta copa se irá, se nota que quiere quitarse el marrón de encima, no me dará tiempo a que pida otra, es el intermedio justo para terminar la charla, para acabar con el drama y salir de allí pitando. “No entiendo porqué”, le digo. Recuerdo que suele echarme en cara mi tendencia a enunciar las frases en negativo así que rectifico: “Quiero decir, ¿por qué?”. “Estamos todo el día discutiendo”, dice ella. “Eso no es cierto”, le digo yo. “Sí, lo es” dice ella. Y yo: “Que no”. Nos callamos. Bebo un mini sorbo y con el culo del vaso desenfoco la barra al fondo. Con el humo, el cristal y la oscuridad solo veo sombras. Ese bar es buen sitio para que te dejen. Cutre, sórdido y romántico. Recuerdo que sonaba “Should stay or should I go”. Muy apropiado. A veces, cuando voy con el Mp3 por la calle las canciones me dan consejos, me dicen cosas. Cómo si supieran lo que voy pensando o el sitio por el que estoy pasando. No sé. Tiene su lógica, con las ondas del cerebro y todo eso. Nunca se lo he contado a Raquel. Nos reiríamos y ella me diría que tengo los ojos como avellanas o me diría: “eres como una ardilla con avellanas gigantes” y su voz me bajaría hasta el estómago como un huracán o como un imán gigante. A veces decía cosas así, de ardillas o que yo era como un campanario tronando en su cabeza. Pero esa noche lo que me dice es que así no quiere seguir. “Así ¿cómo?”, le pregunto. “Así”, me dice otra vez. Y sigo yo:
-Pues cambiamos y estamos de otra manera.
-No se puede cambiar.
-Entonces no digas “así”, dime que no quieres seguir y punto.
-Ya te lo he dicho.
Entonces la veo en mi cabeza, me la imagino andando con sus pasos cortos, con el bolso colgado, amarrado bajo el brazo, y me parece una putilla de barrio, de otra época, de los años cuarenta, de la posguerra, como una de esa mujeres que sobreviven a la pobreza y nos hacen creer que son mejores que todos. Y es una putilla. Y los ojos los tiene opacos como los botones de un abrigo de los años cuarenta. Ojos baratos.
No me mira, o me mira como quien mira algo que tiene muy visto y ya no le gusta o simplemente como se mira a quien no se ama. Me gustaría gritarle que es una puta y que me quiera. O hablarle de la luna y las poesías. O simplemente suplicarle que no me deje por favor que mi vida no tiene sentido. Es patético. Es cansado. Es absurdo. Es tarde. Doy el último trago pidiendo mentalmente que pinchen a Chavela. No hay suerte, suena algo de Kiko Veneno que no viene al caso. Ella se levanta. Será capaz de irse así, pienso. Pone tres euros en la mesa, no son puntos suspensivos. No se puede ir así, sin tocarme, sin llorar. Por lo menos tiene que decir lo de quedar como amigos. Coge su abrigo sin aspavientos, como si se fuera de un bar después de haberse tomado un vinito. La sujeto cuando pasa por mi lado, con más fuerza de la que me hubiera gustado. Le digo:
-¿Y no puede ser el comienzo de una bonita amistad?
-Es mejor que no nos veamos por un tiempo.
Cuando ya está en la puerta le grito:
-¿Cuánto tiempo?
Pero ya se ha ido. Cojo el vaso y vuelvo a mirar a través de él. La veo encima, debajo, por los lados, la veo en mis mismos ojos. Quiero arrancármelos, como el hombre de los Rayos X cuando le gritaban: “arráncatelos, arráncatelos” y se los arrancaba con las manos. Para ver con nitidez y no con ojos de cristales sucios de vasos vacíos.
Sara llora sin lágrimas, está vacía, seca, como el vaso del que habla.
- Yo solo quería que todo fuera perfecto.
- Lo que depende de ti puede ser aceptable. Nada es perfecto – sentencia Maite y así termina la decimonovena sesión de terapia de grupo.

La doctora saca una pequeña almohada del armario y la coloca en una silla frente a Sara.
- Díselo a ella.
- El qué.
- Lo qué me estabas contando a mí.
- ¿Que la echo de menos pero que ya no sé si es amor o costumbre?
- Eso y todo lo que no te gusta.
- Qué es vaga, mentirosa, interesada…
- A ella – dice la doctora señalando a la almohada – A Raquel.
A Sara está a punto de darle la risa, pero está demasiado enfadada.
- ¿Ella es Raquel?
- Dile todo lo que sientes sin miedo a que te odie por ello.
- Ya le he dicho mil veces en persona lo que siento, no necesito desahogarme con un cojín.
- Ella –la doctora señala de nuevo a la almohada- no te va a juzgar, entiende tu rencor, va a asumir su culpa. Ella, te escucha.
Es ridículo. Totalmente ridículo. Ojala fuera tan fácil echar toda su rabia fuera.
- Inténtalo – la doctora parece oír sus pensamientos.
Sara comienza a meterse con la almohada de la silla, al principio un poco sobreactuada:
- ¡¿Por qué!? ¿Por qué, maldita seas? ¿Por qué has dejado de quererme? ¿Por qué no podemos volver a ser felices? ¿O es que no hemos sido felices nunca? ¿Eh? ¿Me mentías? ¿Me mentías? ¡Dí!
La almohada no contesta nada así que al cabo de un rato Sara deja de hacer preguntas y le echa cosas en cara.
- Yo tiraba de la relación, yo te compraba regalos sin venir a cuenta, tú nunca tuviste un detalle, tú eras primero tú, luego tú y siempre tú.
Como la almohada no se defiende Sara habla de sí misma, de lo que quería, de lo que esperaba, de su propio fracaso. Asume su parte de culpa, escribiría la doctora. Luego le pide perdón, le dice que le vaya bien, que ya está bien de hacerse daño, que así no pueden seguir, que encuentre su camino.

Una semana después Elena le lleva unas hojas del almendro del parque a Sara. Están en el taller de barro. Sara había comenzado modelando un cuerpo de mujer. De Raquel, por supuesto. Un día, en un ataque de celos le había deformado los hombros y el cuello, aplastado la cabeza, amputado las piernas y arrancado los pechos. Con estos cambios y algunos retoques la figura que modelaba Sara se había convertido en algo parecido a un árbol, por eso Elena le lleva unas hojas:
- Por si quieres mezclar arte y naturaleza. Es un recurso que hizo mucha gente. Picasso hacía esculturas con cosas de vertederos y luego les daba yeso.
Sara sonríe, se siente fuerte y crecida por su talento artístico, como Picasso, así que esa noche se acuestan. La habitación deja de ser fría, oscura y hostil. Se tocan para reconocer sus cuerpos y notan como la vida vuelve a ellos. Encuentran estrellitas en los ojos, émbolos en la tripa. Se entienden y vuelan y comparten. Viven un momento de mística comunión. Y después la noria de la tripa para un instante. ¿Qué estoy haciendo? Sara duda sobre si ducharse o no. Se siente como una cerda pervertida. Tiene la piel caliente y pegajosa, es una piel asquerosa y confortable como una camisa usada. Frente a ella está la puerta entreabierta del baño, el sudor seco de la espalda cobra vida y le resbala como escarcha derritiéndose en un cristal. Siente un escalofrío. Elena duerme. Le acaricia el lóbulo de la oreja. Elena ronronea. Quiere decirle palabras dulces, oler su pelo. No. Esta vez no. Cualquier movimiento puede arrojarla de nuevo al precipicio, el imán está ahí, pero se aferra a las sábanas, los nudillos trasparentan el hueso, no se moverá, no caerá de nuevo. No más susurros, no más promesas, no más dolor.
Llega la mañana, la luz blanquecina se filtra con desgana entre las persianas y motea la cama aquí y allá. Elena hace con que está medio dormida o como que acaba de despertarse por un ruido inesperado. Bosteza y un halo de vaho sale de su boca como si fuera un alma huyendo de un cuerpo. Sara piensa en abrazarla trágicamente como en una tv movie pidiéndole perdón, o que se vaya o que huyan y tengan un hijo con inseminación artificial, cualquier cosa que pueda vincularse a grandes sentimientos y no a vulgares mezquindades. Elena se despereza exageradamente y luego se arropa con la manta, es un gesto de sumisión en vez de la indiferencia que Sara está buscando. Sabe que Elena está esperando. “Ha sido un buen polvo, gracias, me hacía falta”. Es lo único que puede decirle. Sara se sienta en la almohada, apoyada en la pared, y mira hacia el lado, hacia la ventana, entrecerrando los ojos como si su débil chisporroteo pudiera deslumbrarle. Su figura queda tenuemente oscurecida por el contraluz. Se abraza las rodillas bajo las mantas, encogida como un feto. Un brillo de admiración rebota en su nuca, una mirada cargada de súplica. Mierda, se dice Sara. Si los ojos de Elena le hubieran escupido despecho quizá ahora no le entrarían tantas ganas de humillarla. Puede decir una palabra, una broma, una disculpa o una mentira y el aire se volvería respirable en esa habitación y el calor se le metería en las venas a ese cuerpo pálido que se ahoga en el ridículo haz de la ventana. Se levanta de la cama y se exhibe desafiante y provocativa. Elena aprieta las comisuras del labio, como de papel mojado. Al entrar en el baño el calor que le había dado la soberbia se le va del cuerpo de repente. A solas, con el grifo abierto, sentada en la taza del váter y arropada con una toalla se siente miserable y pequeña, como un insecto. El agua esta tibia en vez de caliente y no deja de tiritar. La bañera parece gris aunque es blanca. Oye como Elena cierra cuidadosamente la puerta de la habitación. Sale del baño y se queda plantada en medio de la habitación con los brazos yermos a lo largo del cuerpo, mirando a la puerta, a la cama, a la ventana, sintiendo como se le seca la sangre en las venas. Luego baja del todo las persianas y se mete en la cama, las sábanas están espesas como agua sucia. Pero el agua sucia también pasa. También se va.

Sara no vuelve a hablar con Elena hasta el día de su despedida, ambas se disculpan e intercambian teléfonos para apoyarse mutuamente cuando estén fuera. Ninguna da su número verdadero.
El último día, el de su despedida, Sara sube al escenario improvisado en la pequeña sala de reuniones del hospital. La gente contiene la respiración, asiente, traga saliva, baja la vista, frota las manos contra el pantalón, tensa el empeine del pie.
- Me llamo Sara Duarte y no estoy enamorada.
Después, Sara se acerca a la doctora, quiere regalarle la escultura del árbol, que al final es una especie de pájaro mitológico.
- Es mejor que te lo lleves tú, te servirá de recuerdo y de refuerzo también.
Seguramente todos los que se van quieren regalarle algo, maquetas o especieros decorados.
Sara atraviesa la recepción del hospital, ahora la ve menos gris, el sol brilla fuera, nítido y espléndido, dándole la bienvenida a la vida, nota la sangre en las venas como savia nueva. A raudales. Sale afuera, hace mucho calor, sus poros se abren, trata de coger una gran bocanada de aire. Puede ir a darse un baño a una piscina antes de volver a casa, y luego dedicarse una buena cena…Entonces ve un coche parado al otro lado de la calle. Un coche como el de Raquel. Alguien se mueve en el interior. ¿Saluda? Quizá ha venido a buscarla. No, no es ella. Es su coche. Raquel, Raquel, Raquel. O a ingresar. A todo el mundo puede pasarle. Sara se queda inmóvil sin saber qué dirección tomar.

5 comentarios:

glou dijo...

Muy bonito, sí.Me ha encantado.

La Historia Café Bar dijo...

Curioso,quizás?....

Anónimo dijo...

Me podrias decir donde puedo conseguir el libro?? es que fui al musical Enamoraos Anonimos que se basa en ese libro y me pareció una historia buenisima y supongo que no habrán escenografiado ni la mitad. He preguntado en el Fnac y no lo tienen?? donde lo podria comprar?? Un abrazo!!!

Anónimo dijo...

puedes escribirme a ymiramemas@hotmail.com soy Clara

Besiños!!!

o dijo...

hola clara, la verdad es que no hay ningún libro, solo escribí este relato, que es el punto de partida del musical. pero mil gracias por tu comentario. un abrazo