miércoles, septiembre 26, 2007

María Isabel

"Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad. Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme y no tuviese otra fraternidad con las cosas que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle la fila de vagones de un tren, y una partida pintada desde dentro de mi cabeza, y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida."
Pessoa





Eran las dos de la tarde de un caluroso día de julio. Un poco antes tal vez porque estanco estaba aún abierto. De ese estanco, el que está frente a la pollería, sale un chico a toda velocidad, lleva una bici, pero va a pie, claro; sale del estanco, como decía, con un mucho ímpetu y una vieja que pasa por la acera no le ve y chocan. La vieja pierde el equilibrio y cae para atrás, cae casi recta, sin doblar las rodillas, sin amortiguar con el culo, cae con la cabeza en el asfalto de forma tal que incluso rebota. Uno de los peores ruidos que puedes oír es el de una cabeza contra el cemento, otro podría ser el pitido de frenada de algunos trenes de metro.
La mujer se queda inmóvil en el suelo, el chico rápidamente apoya la bici y se arrodilla junto a ella. Me acerco, móvil en mano, y le digo al chico, llamo a una ambulancia. Qué chico tan guapo, madre mía. Morenazo, ojos verdes, barba, piercing en la boca, qué boca...como un Sandokan moderno. Me gustaría quedar con él para tomar algo, cenar, ir al cine. Aunque quizá el chico no está en un buen momento para flirtear. Llamo al 112, pongo voz de urgencia, de peligro, de “joder, tenemos una vida en nuestras manos, compañeros”... El chico también está llamando a alguien para decir que llega tarde, que está al lado pero que ha tenido un accidente. Varias vecinas se arremolinan sobre la mujer y dicen: Maria Isabel, Maria Isabel. Maria Isabel no dice nada, tiene los ojos medio velados y no se mueve. Debe tener unos cincuenta años, de pueblo, con el dinero de la compra arrugado en la mano.
Propongo el tema de darle agua, se crea una discusión: que si es buena, que si no, que si no moverla, que si hemorragia sí, que si no, que si es interno, que si la tensión baja...Acordamos mojarla un poco porque hace un calor terrible. Compro agua y me siento una héroe por estar gastándome 50 céntimos de euro en una causa humanitaria sin esperar reconocimiento. Los mismos 50 céntimos de euro que he querido ahorrarme hace un rato comprando un pack de cervezas de menor calidad. Luego me siento miserable y pienso que la pobre Maria Isabel se lo merece y yo no me merecería ni una lata de cerveza llena de pis porque además por un momento pensé en cogerle a Maria Isabel su dinero arrugado en la mano.
Le echamos agua por la frente y por el pelo, es un pelo como el de las muñecas Nancy, pequeños ramilletes muy separados unos de otros. Alguien dice de avisar a sus padres, que viven con ella. Yo hago parasol con un periódico, para que no le de el sol, como la propia palabra indica. Mi postura es incómoda pero ya nada me importa con tal de salvar a Maria Isabel. Sandokan le habla suave, le toma el pulso. Otra mujer cuenta a gritos su último encuentro, hace un rato en la puerta de la frutería, como si hubiera muerto: Ay, Maria Isabel, si me acaba de dar un abrazo ahí mismo, tan contenta que estaba, ay, mi hermana, si es mi hermana, Maria Isabel, qué te ha pasado. Y la tía le acaricia los pelos de Nancy y luego le pasa la mano sobre los párpados como a los muertos. Ay Maria Isabel, con lo contenta que estabas. Yo le quiero decir a la mujer: Oiga, que no se ha muerto. Pero solo digo “Oiga” porque no es buen momento para mencionar la muerte.
El agua fresquita hace un poco de efecto y Maria Isabel mueve un brazo y la cabeza, le decimos Sandokan y yo muy cariñosamente que no se mueva, que ha tenido un golpe, que si se acuerda de algo. “Venga, Maria Isabel, ya pasó lo peor”. Con lo poco que ha movido la cabeza vemos un charquito de sangre.
Llega la madre, una vieja viejísima. Al ver a Maria Isabel, grita, se lleva las manos a la cara, se echa a llorar sobre una pared. Pero no se acerca. Permanece así el resto del suceso. Los ánimos se exaltan: qué ha pasado exactamente, quién ha sido el culpable...”Se habrá desmayado” o “Se ha tropezado con los pivotes, que este puto alcalde solo sabe que poner pivotoes” “le ha atropellado una bici”, “este es el chico de la bici”. Miro al chico y le digo con mi mirada, sé que no has sido tú, ha sido un accidente, no te sientas culpable. No sé si llega a captarlo todo porque es una micromilésima de segundo lo que un hombre tarda en abalanzarse sobre él. Suerte que tienen miedo de mover a Isabel y no puede haber pelea. Sandokan explica el accidente, intenta parecer sereno pero es poco creíble, a mí misma llega a darme desconfianza. La gente se queda así así.
Isabel boquea como un pez fuera del agua, a Sandokan le asoman unas lágrimas de impotencia que el ojo traga de nuevo y no llegan a darle aliento al pobre pez. La multitud increpa al servicio de ambulancias, al alcalde, a la policía. La madre llora contra la pared, el padre parece ser un viejo con cara de ausente que está a unos metros sujetado por unos viejos similares. Lleva un monedero en la mano, me pregunto porqué, estaría echando la partida o algo así. Aguanta, Maria Isabel, aguanta. Maria Isabel abre la boca y mueve un poco la mano del billete. Qué iría a comprar a esas horas. ¿El pan? Qué faena para darle cambio. Qué familia con el dinero en las manos.
Cuando la ambulancia se lleva a la mujer Sandokan sigue sujetándole la mano, la aprieta un poco, como negándose a soltarla. La aprieta a la par que se muerde el piercing del labio. Yo siento que ya no pinto nada allí. Aprovecho para llevarme el periódico que sirvió de sombrilla, que es del día y lo iba a comprar de todas formas. No puedo evitar pensar que al final he ganado 50 céntimos de euro, porque el periódico vale un euro.
Me alejo sin mirar atrás, sin despedirme de Sandokan, sin querer saber más, como los héroes cotidianos que nadie conoce.
Unos días después, un domingo, tengo que pasar de nuevo por allí. Me da un poco de cosa aunque creo que nunca voy a enterarme del final de la historia. Pienso que a lo mejor lo de Maria Isabel y Sandokan ha sido una alegoría en plan lo viejo, lo nuevo, el pasado, el futuro. La vieja choca con el joven porque no ve que el mundo cambia, pero el futuro le toma el pulso al pasado...Trato de hacer ese tipo de comparaciones. Entonces veo el estanco. Está cerrado y frente a él, en la acera, hay un par de velorios rojos. No me lo puedo creer, ay, Maria Isabel. Me acerco. Bajo los velorios hay sendas postales de la virgen de la Almudena y una nota escrita con muy mala letra que no me atrevo a leer. Creo que está bastante claro que Maria Isabel murió. Me gustaría decirle algo solo porque estuve allí. Pienso en la expresión “tropezarse con la muerte”. No me hace gracia. Quizá puedo poner 50 céntimos de euro al lado de la vela, en plan simbólico. También me parece una gilipollez.
No soy capaz de hacer ninguna metáfora, ninguna parábola, ninguna oración. Hago una foto con el móvil, no sé porque, de recuerdo, supongo.

lunes, septiembre 03, 2007

El personaje I


En Madrid, a 24 de agosto de 2007

Estimados editores, les escribo en relación a su petición de una breve reseña biográfica para la publicación de mi libro “Las miradas del ayer sobre mi almohada”.
Nombre real: Olga Iglesias Durán
Fecha de nacimiento: 28 de abril de 1975
Lugar: Plasencia (Cáceres)
Sé que ustedes serán muy buenos en el campo del marketing y las librerías, pero cómo escritora que soy creo que debo ser yo quién redacte el texto que ilustrará la contraportada del libro. ¿Quién mejor que yo? Nadie. Aquí va:
“Desde niña le gustaba escribir. Su madre siempre comentaba: “Esta niña nunca llegará a nada”. Sus compañeras de colegio recuerdan que era siempre ella la que dibujaba la rayuela en el suelo y que ellas aprovechaban para pegarle chicle en el pelo, especialmente la hija de Mariví. Gracias a esta circunstancia Olga de Iglesias y Durán se aficionó a la lectura y siempre llevó el pelo muy corto. Su primera lectura fue “La Biblia contada a los niños” en formato de cómic, y que este volumen aún le acompaña en sus viajes y andaduras pues según sus propias palabras: “la Biblia es el libro de todos los libros, pero es un tostón de leer sin dibujos”.
En los años de la adolescencia escribió varios principios de novela, ensayo, guiones y poesía y un diario que tiene pensado publicar en esta misma editorial dentro de poco. En estas primeras obras, la portentosa pluma de Olga de Iglesias y Durán, trazaba ya los temas que habrían de acompañarle en sus creaciones de madurez: la muerte, el crimen perfecto, su madre, el pestillo de los lavabos, el amor, la rinoplastia, su madre, la venganza, la hija de Mariví, la minifalda, la invisibilidad.
Se muda a Madrid donde se matricula en Filosofía y Letras y hace un curso de Ofimática. Compagina su pasión literaria con el trabajo en una prestigiosa empresa, llegando a obtener el carnet de manipuladora de alimentos. Escribe Carta a la Madre y se la envía, a lo que su madre le responde: “Déjate de boberías y busca un trabajo decente, la hija de Mariví ya es presidenta de sucursal del BBVA”. Tras psicoanalizarse durante doce años escribe “Las miradas del ayer sobre mi almohada”.
(esta parte es para ser añadida en la segunda edición)
En Junio de 2008 Olga de Iglesias y Durán, tras recibir varios galardones y Premios de renombre dentro y fuera de nuestras fronteras, volvió a su tierra natal para dar el pregón de Ferias. Llegó en helicóptero o limusina Hammer (pendiente de confirmar). La ciudad entera se quedó boquiabiaerta por su extenso vocabulario y su carácter afable y excéntrico y su gran fortuna con la que había rehabilitado su antiguo colegio “El Valle del Jerte”, actualmente “Olga´s great College”. Su madre le pide perdón públicamente y Olga de Iglesias y Durán le compra una aspiradora.
(esta parte es para ser añadida en la tercera edición)
Olga de Iglesias y Durán ha salido airosa de las acusaciones en las que se vió envuelta por la muerte de la hija de Mariví tras comprarle a su madre, Mariví, una Vaporetta. El juez manifestó que la víctima llevaba chicle en el pelo por decisión propia y que tropezó accidentalmente mientras paseaba por un barranco.
(este sería el último añadido)
Tras la publicación de su “Las miradas del ayer sobre mi almohada II”, “Las miradas del mañana sobre mi almohada. La génesis” Olga de Iglesias y Durán murió en 2012 al salvar a la ciudad de Plasencia de un peligroso incendio no provocado en el que desgraciadamente también murió su madre.